Surge la pregunta: ¿Cómo puede seguir adelante la iglesia católica a pesar de las revelaciones en cada país, ciudad tras ciudad, del abuso infantil por parte del clero católico? ¿Cuál es el pegamento que mantiene a los miembros de la Iglesia Católica Romana fieles a dicha jerarquía?
“El mayor atractivo de la Iglesia Católica Romana radica en su pretensión de la “sucesión apostólica,” es decir, que sus papas descendieron en línea directa de los apóstoles [de Pedro]. Los protestantes, que se originaron en el siglo XVI, no tienen tal atractivo. Su fuerte argumento radica en su conformidad exacta con la Biblia en la fe y la moral. ‘La Biblia, y la Biblia sola’ es su grito de guerra.—Christian Edwardson, Facts of Faith, p. 26.
La iglesia descansa en una persona. ‘La verdadera iglesia de Dios descansa en una Persona, y es Cristo. Nadie se salva simplemente creyendo en un sistema de verdad. La verdad es la luz que muestra al pecador su camino hacia el Salvador. Él está unido a Cristo por su fe que al apoderarse del Salvador y por el Espíritu que viene a morar en su corazón. De esa manera llega a ser un miembro del cuerpo espiritual. La Biblia, los ministros y las ordenanzas son los canales a través de los cuales la vida de la Cabeza fluye hacia los miembros del cuerpo. De esa manera son edificados como una casa espiritual, un templo sagrado, “edificada sobre el fundamento de los profetas y los apóstoles, siendo Cristo mismo la principal piedra angular.”
“Todo esto es hábilmente falsificado por la iglesia de Roma. Es solo en la forma de los miembros de esa iglesia que descansa en Pedro, o lo que es lo mismo, en el Papa, que pueden ser salvos. Los romanistas nos dicen que es esencial para la salvación de cada ser humano a que estemos sujetos a la autoridad del Papa. Pedro, es decir, el Papa, es el único receptáculo de la gracia; de él fluye por medio del gran conducto de la sucesión apostólica a todos los miembros de la “iglesia,” y así edifican una casa espiritual edificada sobre la base de las tradiciones, los sacramentos, los sacerdotes, los obispos, los cardenales, y el propio Papa siendo la principal piedra angular.”—W.W. Prescott, The Doctrine Of Christ, [La Doctrina de Cristo], pp. 276, 277, año 1920.
La alineación con la enseñanza de la Escritura, no la sucesión apostólica, es el factor determinante de la veracidad de una iglesia. Lo que se menciona en las Escrituras es la idea de que la Palabra de Dios iba a ser la guía que la iglesia debía seguir (Hechos 20: 32). Las Escrituras iban a ser la vara de medir infalible para la enseñanza y la práctica (2 Timoteo 3: 16-17). Es con las Escrituras con las que se debe comparar las enseñanzas (Hechos 17: 1012). La autoridad apostólica se transmitió a través de las escrituras de los apóstoles, no a través de la sucesión apostólica.
“Los fariseos se habían declarado a sí mismos hijos de Abrahán. Jesús les dijo que solamente haciendo las obras de Abrahán podían justificar esta pretensión. Los verdaderos hijos de Abrahán vivirían como él una vida de obediencia a Dios. No procurarían matar a Aquel que hablaba la verdad que le había sido dada por Dios. Al conspirar contra Cristo, los rabinos no estaban haciendo las obras de Abrahán. La simple descendencia de Abrahán no tenía ningún valor. Sin una relación espiritual con él, la cual se hubiera manifestado poseyendo el mismo espíritu y haciendo las mismas obras, ellos no eran sus hijos.
Este principio se aplica con igual propiedad a una cuestión que ha agitado por mucho tiempo al mundo cristiano: la cuestión de la sucesión apostólica. La descendencia de Abrahán no se probaba por el nombre y el linaje, sino por la semejanza del carácter. La sucesión apostólica tampoco descansa en la transmisión de la autoridad eclesiástica, sino en la relación espiritual. Una vida movida por el espíritu de los apóstoles, el creer y enseñar las verdades que ellos enseñaron: ésta es la verdadera evidencia de la sucesión apostólica. Es lo que constituye a los hombres sucesores de los primeros maestros del Evangelio.”—El Deseado de Todas las Gentes, p. 432.
La Sucesión Apostólica.— Al igual que la mayoría de los temas que han involucrado a la cristiandad en un debate feroz, la cuestión no se plantea en las Escrituras en absoluto. La verdadera pregunta es la de la autoridad divina y correcta del hombre para predicar el evangelio.
Note el lenguaje de Pablo a los Gálatas: ‘Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema’ (Gálatas 1: 8). Esto muestra a la vez la locura de poner cualquier dependencia en la ‘sucesión apostólica.’ Lo importante no es el puesto de un predicador, o la línea de ‘sucesión’ que él pueda rastrear hasta los tiempos antiguos, sino la palabra que él predica. Pero la gente ha prestado poca atención a lo último y está dispuesta a aceptar como verdad casi todo lo que digan los dignatarios de la iglesia, siempre que no haya dudas sobre el lugar que le corresponde en la ‘sucesión.’
La Biblia nos dice quiénes están autorizados a dar la invitación al evangelio: ‘El Espíritu y la Novia dicen: Ven; y el que oye, diga: Ven’ (Apocalipsis 22: 16). Quienquiera que oiga la amable invitación, puede pasarla a su prójimo. Es tanto su privilegio como su deber hacerlo. Pero cualquier persona, no importa cuán alto o ‘válido’ sea su puesto, que predique cualquier otro evangelio distinto de lo que Pablo predicó, se somete a una maldición.
La única sucesión apostólica de la que se conoce en la Biblia es la de la fidelidad apostólica al predicar la Palabra. ‘Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros’ (2 Timoteo 2: 2). Lo importante era la enseñanza, y el mandato del Señor era que los creyentes deberían enseñar todas las cosas que Él había ordenado, incluso hasta el fin del mundo. ‘Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo… que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo’ (2 Timoteo 4: 1, 2). Entonces, el que predica la Palabra está en la sucesión apostólica.”—E.J. Waggoner, The Present Truth [La Verdad Presente], Reino Unido, 9 de septiembre de 1897.